domingo, 6 de enero de 2008

DIFERENTE

Comenzó a llover. Otra vez. Un manto de nubes grises cubría el cielo ocultando el sol. Pero a pesar de todo, a él le gustaba todo eso. Porque él no era como los demás. Era diferente, todos se habían percatado de ello, por eso no tenía amigos, pero no le importaba. Caminaba hacia su casa, solo, como de costumbre. Cuando llegó, subió a su habitación sin hablar con nadie. Su naturaleza era fría y solía aislarse del mundo, sin hacer caso a los demás. Su madre le había llevado varias veces al psicólogo, pero cuando le preguntaba que por qué no quería tener amigos, el siempre contestaba lo mismo: ``Porque no los necesito´´
Por lo demás, no era un chico problemático, no se metía con nadie, simplemente trataba de pasar inadvertido. Y lo conseguía, porque sus compañeros se habían cansado de hostigarle y burlarse de él hacía mucho tiempo, y por varias razones: Una de ellas era que nada de lo que le dijeran parecía molestarle, como si no los escuchara; y la otra era que aquel chico había empezado a darles miedo por su indiferencia. Era como si estuviera lejos de allí, o como si él fuera superior a todos, y por eso cualquier cosa careciese de importancia para él.
Aquella tarde, y para no variar, se encerró en su habitación. Lo que nadie sabía era que aquel chico era mucho más diferente de lo que todos creían. Se tumbó en la cama, cerró los ojos y se concentró. Pasó varios minutos así, y entonces, muy lentamente, su conciencia se separó de su cuerpo. Y reemprendió la búsqueda. La búsqueda del lugar al que realmente pertenecía. Su conciencia se alejó de allí, de aquel mundo en el que se sentía un extraño, y viajó, a la velocidad de la luz, por distintas dimensiones, hasta que por fin lo encontró. Llevaba mucho tiempo buscando: desde el día en el que se dio cuenta de sus habilidades, de lo que podía hacer, de que era diferente en todos los sentidos. Se acercó un poco más, y vio lo que había en ese lugar; vio a otras conciencias como él, almas perdidas que finalmente habían encontrado su lugar en el mundo, almas como la suya.
Podía dejar de buscar, porque, por primera vez en su vida, se sentía bien, se sentía en paz, sentía que encajaba, pero sobretodo, se sentía comprendido.

Cuando su madre fue a avisarle de que la cena estaba lista, encontró su cuerpo sin vida. Los forenses no supieron dictaminar la causa de la muerte, pero nadie se extrañó de ello, pues su muerte, como su vida, fue, y no podía ser de otra manera, extraña.

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